El silencio parece retumbar en la oscuridad,
se sienten los latidos del reloj que acompasan a los míos, intento retomar el
sueño pero, es imposible. Los músculos de mis piernas se sacuden como si fueran
de otro cuerpo, laten y se mueven desenfrenados, no tengo control sobre ellos.
Un temblor nervioso invade mis entrañas, no soporto más la espera de poder
dormir. Me levanto, es la una de la
madrugada del día martes 22 de agosto, voy a la cocina y entibio un poco de
leche a la que endulzo con sacarina, dicen que es una buena panacea para el
insomnio.
Mientras bebo los sorbos de leche
pienso, pienso que en la tarde, sin
falta voy al doctor para explicarle sobre esos movimientos involuntarios de mis
piernas, no lo puedo postergar, me digo, porque es muy molesto. Cerca de las
cuatro y media de la madrugada vuelvo a la cama para ver si puedo caer en los
brazos de Morfeo. Cinco y treinta de
esta misma madrugada suena el despertador y me arranca de la cama, justo cuando
me había quedado dormida.
A las seis de la mañana ya estoy trabajando,
con las manos y la cabeza, aunque los músculos de mis piernas además del
movimiento que les obligo a hacer, también trabajan por su cuenta. El
nerviosismo es general, parece que dentro de mí, hubiese otro organismo moviéndose.
A las cinco de la tarde según lo tengo
agendado, el doctor debería estar ya en
el consultorio, por lo que me dispongo a hacerle una visita.
Al llegar noto una diferencia de otros días,
no hay gente esperando, toco la puerta y está cerrada, llamo por el portero
eléctrico y una voz muy amable me dice que el doctor está de viaje, vuelve
recién mediados de setiembre. Agradezco la información y vuelvo a mi hogar, con
la firme convicción de que mañana iré a la doctora que atiende los días
miércoles.