Cada día que pasa en nuestra vida y cada situación que acontece nos enseña mucho más de las personas, creemos que el corazón o el alma de ellas siempre destilan bondad, que solo se equivocan y nos maltratan porque el momento que se les plantea es difícil y no les permite razonar, les damos tiempo, siempre tratando de no llevar las cosas a mayores, aún pasando de malos o de idiotas, creyendo que cuando la situación se revierta, cuando se encuentren bien, cuando la vida les regale momentos felices su corazón de seres humanos va a estar más abierto a la plática para solucionar o dejar en el olvido un error o equivocación, tal vez una mala interpretación y muchas veces, la mayoría, el echar la culpa al otro porque tuvo una mala elección de los caminos de la vida.- Nunca fue culpa propia el elegir mal, no…, siempre culpa de otro-. Y así muchas veces con el corazón acongojado, nos alejamos de esa persona, para darle el tiempo para que razone, si intentáramos dialogar con ellas en el momento del arranque de furia sería iniciar una guerra, entonces aún pasando por malos o cobardes nos alejamos para no seguir en la contienda.
Si esa persona tuviese un corazón noble, con el paso del tiempo se daría cuenta del error de interpretación, o del error de increpar mal a quien no le hizo ningún daño.
El tiempo, corto tiempo, sería suficiente para alguien de nobles sentimientos, para nada interesada, se diera cuenta que no debe maltratar a alguien por lo que otro allegado a ese ser le haya echo.
Pero, cuando el tiempo pasa, vemos que nada hace que razone, entonces el alma pura de sentimientos buenos, se acerca a esa persona para lograr algo sano para el corazón de todos, si la otra persona era orgullosa pero buena, olvida el pasado, lo entierra en la grieta más profunda de la tierra y comienza de nuevo, no increpa nuevamente a quien quiere acercarse, lo acepta y mira para adelante, vive con su corazón sin rencor, libre de maldad.
En cambio, es muy fácil distinguir el alma negra, el alma con maldad, ese ser que no le importa a quién lastima con tal de ser siempre vencedor sin razón en toda contienda.
Así, la persona que se acercó para solucionar los errores de ambos, o para olvidar y comenzar de nuevo, se ve rechazada, duele, pero se supera, porque el o ella, no tiene el corazón enfermo de odio, pero, también aprende, sí aprende a no acercarse más, a dejar que la vida y el cielo se encarguen de abrir los ojos a quien tiene tanto rencor, pues si siguiera acercándose su alma también terminaría envenenada, así se aleja, y deja a la bendita vara de Dios que se encargue de juzgar a uno u a otro.
Si somos buenos, también perdonamos al rencoroso, pero perdonar no significa dejar que nos vuelvan a agredir, perdonar en esos casos es alejarse con el corazón limpio y libre. Porque sabemos, que esos seres, aunque digan: -Soy feliz-, jamás lo serán, porque nunca podrá ser feliz un corazón amargado por el odio y el rencor.