Fuego
emanan sus visores,
trasuntan
la tormenta acontecida.
Las
fauces apretadas
ahogan
el grito exasperado.
Las
manos expelen el sudor histérico,
asiendo
el manillar por la ruta atestada.
Rutina
que el tiempo torna insoportable.
Suben y
bajan del bus los sin rostro,
gruñen
por el atraso,
acusan
si se adelanta.
Desazón
del todos contra todos,
con el
desquite malévolo, odioso y cruel,
porque
no hallan escape
del
mundo que avasalla al jornalero
premiando
al zángano.
Las
gotas de arena tardan en caer,
la
jornada se hace larga,
el
hogar lejano,
morada
con un antes y un después.
Después,
alguien siempre espera…