Mi momento en el mundo.

Historias de Betiana Sufronda (Pelusa)

BIOGRAFÍA BREVE
   Muy poco se puede decir de Pelusa, que no se conozca ya, en sus breves crónicas diarias. Nació un frío 26 de Agosto de 1950, se cortaba el aliento con el filo de las palabras, tal era el día que nació la niña a la que llamaron Betiana Sufronda, nombre que nunca nombraron, simplemente fue Pelusa.
   Creció en un ambiente hostil, sin amparo ni compresión alguna, con voluntad férrea de vivir una vida mejor, todavía vive o tal vez no, ¿Qué es vivir, sino, morir un poco cada día?
   Ella es poeta en cualquier detalle, en la risa, en el canto o en el llanto, de todo saca la nota melodiosa de un poema que escribe en su ajado cuaderno de hojas amarillentas.
   ¿Vive, sobrevive o muere? No le importa, cree que es feliz, se conforma con poco y no necesita nada que no tenga, lo que le falta, lo inventa.
   Cada mañana al despertar agradece por otro día de alegría que vendrá, aunque no venga nunca a llenar de mariposas su estómago y de cosquillas sus entrañas, igual agradece, porque nunca se sabe…
   Nació  en  Capital,  Buenos Aires, Argentina, enferma y debilucha, la criaron en el campo, porque era mejor para su salud, no entendieron, no necesitaba remedios, solo caricias, aceptación, compañía, no se lo dieron, la aislaron en un mundo que no existía, la llenaron de prejuicios, de esto no se puede, esto no se debe, si haces esto te mato…
   Se cansó de ser una mascota y se lanzó a la vida, sin experiencia pero siempre por la buena senda… ¿Cuál es la buena senda?
   Sigue creyendo que fue y es feliz. Tal vez lo es, en sus días se puede ver o presumir de verlo.
   Algunas historias de sus días las escribió ella misma en un cuaderno que luego arrojó a la basura, alguien las rescató, las leyó y reescribió, otras  se filtraron vaya a saber por donde y por quién.
   Regala su sonrisa sin mezquindad, vive presa de su libertad, tal vez la conozcas, o no la ves porque no mirás. Seguro en algún momento la encontrarás.
  Una frase de ella –Caer, me obliga a levantar, como dormir me obliga a despertar-

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PELUSA EN UN DÍA ESPECIAL


¿Eran sus hijos o sus nietos los del bullicio en el patio trasero? Debían de ser sus nietos, pues las voces eran de niños. Pelusa abrió la puerta y…pegó un salto para atrás espantada, no podía creer lo que veía, igual que en la película Los Muertos Vivos, se removía la tierra y salía con los ojos opacos, el pelaje duro y sucio el pequeño perro que al morir, los niños lo habían enterrado con una triste ceremonia. –No lo toquen- gritó, pues ellos alegremente al verlo vivo iban dispuestos a abrazarlo.
   No supo como, ya lo estaba viendo espumosamente limpio y los chicos le mostraban un papel que habían sacado de la boca del animal, papel que se hallaba impregnado de gotas para la diabetes.
   Un chillido la aturdió, era el despertador, se revolvió en la cama feliz de que fuera un sueño.
   Se levantó y bajo la ducha, le llegó del taller, la música de una canción españolísima, que su madre muchas veces le cantaba, ella había fallecido hacía cinco años atrás por el deterioro causado por la diabetes. –“La española cuando besa, es que besa de verdad, a ninguna le interesa besar por frivolidad”- la canción se filtraba por la ventana del baño.
  Pelusa nunca sabía en que fecha del mes estaba, cada vez que necesitaba saberlo lo preguntaba a quien tuviese más cerca, por eso su asombro cuando el locutor en la emisora habló sobre el día de Los Fieles Difuntos, era 2 de Noviembre. ¿Anuncio o casualidad?
   Sintió la transparente presencia de su madre, la saludó como si estuviese paradita frente a ella.
   Sobresaltada recordó el sobre que descuidada tiró sobre el escritorio, la Iglesia los había repartido para que las familias del pueblo escribieran  cada uno, el nombre del fallecido a quien querían poner en oración para su eterno descanso, previa colocación en su interior de la ofrenda para mantención del templo.
   Estaba por comenzar a cuestionarse internamente, si era interés o espiritualismo, pero recordó las cosas que casualmente le habían acontecido, tomó el sobre, escribió el nombre de su madre, puso su ofrenda y lo llevó a la Iglesia. ¿Anuncio o Casualidad? ¿Quién podrá saberlo?
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LA MARCA…

   Un día cualquiera, de algún mes, no es importante el año en que ocurrió, solo importa que es verdad y que pasó.
   Un ómnibus escolar, cargado con bulliciosos niños, se dirigía a la escuela, cuando una maligna mano del destino o vaya a saber de quien, hizo que en el cruce de las vías ferroviarias, un tren embistiera al vehículo y muchas vidas inocentes se perdieran.
   Todas las escuelas del país con sus alumnos, vistieron su corazón de luto. En una de esas escuelas estaba Pelusa cursando su segundo grado.
   La señorita Inés, maestra de cuarto grado, fue la designada de contar a los niños del establecimiento la noticia que entristecía a toda la nación,
   Se izó la bandera a media asta para simbolizar el luto; el alumnado estaba en formación, como se acostumbraba para ese acto.
   Un cielo gris, plomizo, parecía mostrar su tristeza, la señorita Inés comenzó su oratoria diciendo: -Hoy nuestra bandera no flamea, en claro signo de dolor, hoy se llenó de angustia, por eso no puede mostrar alegría en el mástil…-
   Solo con ese prólogo, todos los niños tenían sus mejillas surcadas por brillantes cristales, incluida Pelusa.
   Finalizó el largo y consternado discurso con un: -Hasta mañana niños.- al que un coro todavía lloroso le contestó: -Hasta mañana señorita.-
   Pelusa llegó a su casa, se quitó el guardapolvo con una tristeza inusitada, pues era siempre un cascabel, se tiró en la cama y rompió en un llanto contenido en todo el camino que hizo del colegio a su casa.
   Su madre asombrada se acercó y preguntó: -Que te pasó hija, contame…-
Pelusa respondió: -Hoy la bandera no flameó, estaba triste y el cielo de luto por los nenes que murieron…- Versos que se habían grabado en su pequeña cabecita, del discurso de la maestra.
   ¿Cómo explicar a un niño con fría lógica, que no flameaba porque no había viento?
   ¿Cómo podía esa mamá entender y explicar el simbolismo de esa metáfora que a la niña le dolía tanto…?
   No lo entendió ni supo hacerlo la pobre mujer, porque ni bien escuchó la razón del llanto de Pelusa, lanzó una carcajada, risa que fue silenciando cuando vio la mirada rencorosa y de juez de la pequeña.
   Nunca más Pelusa volvió a mostrar sus sentimientos a nadie, nunca más quiso que se rieran de lo que ella sentía, así,  comenzó a escribirlos…escondida.

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La ilusión de Pelusa.

   Podría decirse que la esperanza es un estado de ánimo en el que se cree posible lo que se desea, tan solo es la probabilidad de conseguirlo.
   La ilusión acompaña a la esperanza haciendo sentir que lo que se desea es especialmente bello y atractivo; es lo que en medio de la tempestad empuja a seguir hasta divisar el arco iris, hace soñar despiertos y creer que se alcanzará lo deseado.
   Ese sueño henchido de esperanza, permite sortear los momentos desagradables, porque la ilusión avanza entre las piedras con las rodillas raspadas, los pies ampollados, pero sigue avanzando, porque el deseo de alcanzar la meta,  conserva la voluntad y la fuerza incólume.
   Entonces, “La esperanza, la ilusión, es el combustible que mantiene encendida la tea de la vida”, tal es la frase que Pelusa transmitía cuando alguien le habla de sus anhelos.
   Pelusa sabía mucho de esperanzas, una de ellas es que la quisieran tal cual era o es, una idealista soñadora, que desde su pequeño lugar luchaba para dar un buen ejemplo en cada una de sus acciones, tal vez la querían, pero ella sintió que no la comprendían.
   Entre todas las esperanzas llevaba una muy guardada con una llavecita de oro y diamantes, en su acaudalado corazón, nunca lo comentó, solo lo dejó escrito en esas amarillentas hojas rescatadas de la destrucción.
   De puño y letra decía: -La ilusión puede esfumarse si interviene la magia, por eso no sueño con un golpe de varita de un hada madrina, solo uso mi esperanza de que algún día me favorezca el trabajo y pueda viajar. No quiero un viaje alrededor del mundo, tampoco quiero conocer muchos países, ni lugares exóticos, ni islas paradisíacas, solo quiero conocer la cuna de mis padres, España, su maravillosa patria, la que dejaron un día con la esperanza de volver y no pudo ser. Quiero con mis pies cumplir sus anhelos, quiero caminar sus caminos, conocer su gente que son mi gente, respirar su aire, que me bese su mar. España, bendita tierra que pudiste ser mi tierra, quiero conocerte y abrazarte con el alma y el corazón. Llevo esa llama de esperanza encendida en mi espíritu, se que no se va a apagar, hasta que se apague primero mi vida.-
   Ese era el sueño, la esperanza atesorada por  Betiana Sufronda (Pelusa). Como ella misma escribió, la ilusión suena a magia y si es magia, luego se desvanece. Por eso  guardaba celosamente su sueño,  porque era algo tremendamente fuerte, algo muy grande, era su “Esperanza”….

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¿Como dedicarse a lo que nos gusta?

   -¿Cómo dedicarse al arte?- se preguntó Pelusa, pregunta que quedó sin respuesta en su alma, porque la frase que se le ocurrió no la conformó. –“Nadie puede hacerlo si no se encuentra solo con su soledad y desquicio a cuestas”-
   Quiso encontrar ejemplos de artistas que además de su arte, trabajaran duramente para vivir en algo que no fuese su propio “Don”, no pudo imaginar a un poeta caminando doce horas por las vías, arreglando con esfuerzo, bajo los ardientes rayos del sol; los pesados durmientes, para luego a la noche en pleno horario de descanso sentarse inspirado a escribir. –Imposible- pensó, -el cansancio lo vencería y quedaría dormido sobre los papeles en blanco-
   Como podría una costurera con trabajo de muchas horas, poder hacer poesías, si su espalda se vence, sus ojos se nublan y su cabeza suma el dinero que cobrará y resta todo el que tiene que pagar. –Muy difícil- pensó –los números tapan la poesía y el trabajo agotador necesita descanso-.
   Por eso es que ella sabía que jamás podría dedicarse a escribir para tener su vocación como fuente de ingreso -Eso solo es para elegidos- dijo en voz alta, aunque nadie estaba con ella. –Para eso hay que dedicarse con alma y vida, con cuerpo y espíritu, solo a  escribir.
   Quisiera ser una desquiciada, una egoísta que no pensara en nada mas que su vocación, pero no podía, y se conformaba con escribir algún poema o simplemente alguna reflexión que creyó que solamente ella leería para después desaparecerlo y  dejarlo flotando en el aire y fuego de su imaginación.
   Esos pensamientos la asaltaban varias veces en un mismo día, la martirizaban porque se sentía desconforme con la vida que le tocó llevar, y ahí otra vez la duda, -Esta es la vida que me tocó o la elegí así-
   La respuesta si fue clara, le habían enseñado a bajar la cabeza, a no imponerse, a no decir –Esto es lo que quiero- y aunque los años la habían ido cambiando, en los rincones oscuros de su mente todavía guardaba los visos de sumisión con que fue educada, arrancarlos de esos recónditos espacios era un ejercicio que le llevaría mucho tiempo, mucho más tiempo del que en realidad tenía.
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¡¡¡Cuidado… espías andan sueltos!!!

   Betiana había tenido un día tranquilo, trabajó como siempre; en los horarios que habitualmente lo hacía, de seis de la madrugada a la una de la tarde.
   Preparó el almuerzo para su esposo y su suegra que vivía con ellos, les sirvió el plato de comida, cuando terminaron, les sirvió el postre, limpió la cocina, dejó todo en orden y mientras ellos se acostaban a descansar en la siesta, ella, se sentó frente a su cuaderno para garabatear una poesía,  estaba muy enfrascada en lo que hacía cuando sonó el teléfono, sintió molestia por la interrupción pero, atendió. Era su vecina que le avisaba que fuera para su casa que estaba la muchacha que todos los meses pasaba vendiendo ropa, Betiana no tenía muchos deseos de ir, pues perdía el hilo de su poema y contestó: -¡uh…! Bueno ya voy.
   Le pareció que si despreciaba la invitación, su vecina se  podría ofender, tomó la llave y se dispuso a salir, en ese momento la suegra que estaba con la oreja parada en vez de dormir, preguntó –¿Qué pasó? a lo que ella respondió –No pasó nada- y salió.
   Le cambió el humor cuando traspasó la puerta de la otra casa, porque sobre la mesa había hermosos pantalones y remeras de moda, pensó que fue bueno interrumpir el escrito, porque hacía más de tres años que no renovaba nada de su vestuario, siempre sacrificando sus deseos por los deseos de los demás ¡Caramba! ella trabaja demasiado como para no darse un gusto.
   Volvió a su casa con un pantalón y una remera que le parecieron fabulosas, entró y como todavía estaban durmiendo las acomodó en su placard y  se puso a terminar con alegría el tema que quedó inconcluso.
   Le dieron bastante tiempo para leer todo lo que aconteció en el taller literario, porque se levantaron una hora después.
   Decidió ir hasta la casa de su  ex nuera la que siempre le pintaba las uñas, no podía verla si no le arreglaba las manos, mientras tomaban unos mates.
   Cuando  el esmalte ya estaba seco, para no arruinar el trabajo de una hora que hizo su hija del corazón, como ella le llamaba, se fue nuevamente para su hogar.
   Ahí la estaban esperando como en la época de la inquisición o  la época en que las mujeres no podían decidir nada sobre su vida,  les notó  la cara de conspiración, pero no le dio importancia y les mostró lo linda que quedaron sus uñas, el gesto que hicieron fue de indiferencia e inmediatamente su marido preguntó –Qué pasó hoy, quién llamó por teléfono- Se dio cuenta que había sido un chisme de su suegra, y le contestó –No pasó nada, era la vecina que me llamó porque estaba la chica que vende ropa ¿Porqué?-  él le respondió - no porque escuché que algo pasaba- ella se sintió violada en su intimidad, la furia se le agolpó en la cabeza, en el corazón y en el alma y contestó –No escuchaste vos, fue tu mamá la que escuchó, vos estabas dormido como un tronco, y a ella le contesté que no pasaba nada, el “uh” que escuchó es porque no tenía ganas de ir, pero decidí hacerlo-
   El marido pudo o no quedar conforme con lo que ella le dijo, que por otra parte era la verdad, pero la furia se apoderó del alma de Betiana, para la que el final de ese día resultó ser uno de los peores de su vida, se sintió vigilada, molesta, se sintió como una mujer sin vida propia y el hartazgo le envolvió el espíritu para todo el resto de su vida, intentó dejar el hecho en el olvido, pero, no pudo. Sentía que estaba viviendo, con el enemigo.

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¿UN MAL NEGOCIO?

   Betiana miró los ojos verde primavera de su esposo, vio la tristeza y la desesperanza en ellos, se sintió culpable, ya ambos estaban a pocos días de jubilarse y ahora, todas las esperanzas de tranquilidad se venían a pique,  -fue una mala decisión- pensó.
   Hacía ya dos meses que había comenzado el calvario para los dos, fue cuando uno de sus hijos los visitó con su esposa y la nietita, ellos estaban muy tristes porque tenían como proyecto la compra de un camión a medias con los hermanos de ella y todo se les venía abajo porque, los vehículos que tenían como entrega no servían para la transacción.
   Betiana sintió pena por los sueños rotos de su hijo y lo miró a su esposo, hacía  cuarenta y dos años que estaban juntos, con mirarse sabían lo que el otro quería o sentía, así el bonachón le dijo a su hijo que si a él le parecía un negocio seguro podían entregar el auto, un Honda Civic al que la pareja a punto de comenzar a vivir, habían comprado con mucho sacrificio y del que se sentían orgullosos, para ellos era como tocar el cielo con las manos el haber llegado a ese automóvil, ahora se lo ofrecían a su hijo para concretar el sueño de un camión que de última beneficiaría a todos.
   No solo el automóvil fue el pago, también un crédito bastante alto para completar el valor, crédito que se debería pagar con el trabajo de ese camión.
   Después de un mes de papelerío y de arreglos necesarios estuvo a punto para salir a trabajar, su labor era ir al monte a cargar palos que se llevaban a una papelera, llegó a hacer dos viajes, el monte paró la carga debido a que la fábrica estaba llena de madera, paró por un mes,  entonces, su hijo consiguió un trabajo que era llevar contenedores del puerto a las fábricas, contenían materia prima, hizo solo un viaje, porque no entraban barcos debido a la  política económica de freno a las importaciones.
   El mes se fue pasando con la misma rapidez  que pasa el sol en el día. ¡Pobre  bonachón!,   con tanto cariño cuidaba su auto y ahora se había quedado sin auto y con una deuda superior a lo que podía saldar, ¡justo cuando ya podía jubilarse!, Betiana le vio la espalda encorvada y los ojos húmedos, no eran ricos, siempre trabajaron, pagaron sus deudas rigurosamente y ahora el querer ayudar a un hijo en un momento en que la economía del país estaba en jaque…. ¿alguna vez no estuvo en jaque?, todo se les estaba viniendo abajo…el miedo a no poder cumplir con los pagos los estaba martirizando y ese martirio hizo que Betiana se arrepintiera de arrastrar a su marido a ese negocio, aunque con su firme decisión se dijo una frase vieja como la vida misma, -No está muerto quién pelea- y pensó que la última palabra no la tenía la economía del país, la última palabra la tiene Dios, y será lo que el quiera que sea.
   Lo que ella jamás imaginaría, que la decisión de ayudar a su hijo, le iba a costar  muchos momentos en los que se debatiría entre el amor y el odio.
   El tiempo pasó, todo en la vida tiene un desenlace, para bien o para mal, nunca se sabe, con el paso del tiempo, tal vez de los años, las decisiones muestran los yerros y los aciertos, pero en ese momento para Betiana, el mayor de los aciertos era vender el camión o seguir endeudándose hasta que se pusiera en juego también su vivienda, y así hizo, lo puso en venta, su hijo volvió a su antiguo trabajo, que era mucho mejor que renegar con ese camión viejo. Saldó todas las deudas que pudo, se dejó para sí el pago de las  cuotas del crédito bancario, con el paso de los meses al ser fija no le acarrearía dificultades, con el dinero obtenido, le dio una parte a su hijo, con la que compró un auto. La tranquilidad volvió a los ojos de su esposo y ella pudo dormir por las noches sin necesidad de tomar píldoras para el sueño.

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EL TRABAJO Y LA INCOMPRENSIÓN.


   Betiana siempre tuvo espíritu emprendedor, cuando su esposo enfermó y no pudo seguir con su trabajo habitual, lo ayudó a poner un negocio que atendían los dos. Con los vaivenes de un país impredecible, la inflación comenzó a corroer el capital, la mercadería se hacía cada vez más difícil de comprar, por lo que decidió cerrarlo y orientó a su esposo en hacer un taller de costura. Con el dinero obtenido de la venta de las herramientas del negocio, compraron dos máquinas de coser, ninguno de los dos sabía nada de costura a pesar de que la madre de ella fue costurera, pero como la voluntad es la que endereza o dobla el camino, con el tiempo pasaron a tener varias máquinas industriales, todas las que necesitaban para dale la terminación correcta a los trabajos, que las fábricas les traían a su taller de confección. Por ese entonces Ella tenía treinta y seis años y el cuarenta y dos. Ese taller fue su sostén hasta que los dos se jubilaron, ya con sesenta años ella y sesenta y cinco él, no pudieron descansar del trabajo, ya que en la economía siempre cambiante de su país, el salario de la jubilación no alcanzaba para mantener un mínimo de vida decente, era más una limosna que un salario. Ese fue el motivo que los obligó a seguir trabajando. Las manos de él comenzaban a tener secuelas por la posición además de la herencia materna del reuma, ella también tenía las dificultades que dan a la columna las muchas horas de trabajo sentados, ella comprendía las molestias de él, por eso cuando veía que se excedía en horas de trabajo lo retaba, al igual que cuando él con sus sesenta y ocho años quería hacer arreglos en la casa que le demandaban esfuerzos.
   El único problema es que él no la comprendía a ella, porque Betiana al levantarse por la mañana, se levantaba con un terrible dolor de espalda, hacía un esfuerzo supremo de sentarse a trabajar en la máquina, desayunaba algo que le protegiera el estómago para poder tomar un calmante, pero mientras ese analgésico actuaba, ella se levantaba seguido de la máquina sin decir nada, iba hasta el baño, en la puerta buscaba de elongar el cuerpo estirando los brazos hasta tocar el dintel, el estiramiento por un momento le hacía sentir alivio, entonces volvía a la máquina, siempre callada sin decir nada.
   No decía nada porque las veces que dijo que le dolía la espalda, él le contestaba que “también le dolía todo y sin embargo seguía”
   Un día de tantos, como siempre tomó su calmante, se levantó a elongar, otra vez fue simplemente a caminar por el patio, otra vez hasta el dormitorio, la cuestión para su espalda era cambiar un momento de posición. El calmante tardó más en darle descanso, por lo que se atrasó un poco con su trabajo, esto hizo que su esposo mostrara su total incomprensión soltando un “si te pararas menos, si perdieras menos tiempo, esto lo habríamos terminado”
   -¿Vos sabés para qué me paro? para tomar mi calmante, para limpiar la pileta del baño, para cambiar de posición-
   Betiana puso la comida a cocinar, y siguió trabajando en silencio, con los ojos inyectados en lágrimas de impotencia, el trabajo lo terminó igual, o sea que nada se había perdido materialmente,  lo que sí se quebró fue el espíritu de ella.    

   Un dolor mucho más fuerte que el de su espalda la envolvió, el dolor de la incomprensión, la ausencia de compañerismo y su corazón herido comenzó a dudar, se sintió usada y despreciada por aquel al que le dio los mejores años de su vida. Tal vez ese sentimiento pase, tal vez ……..

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