Día
gris, invierno sin frío,
hojas
doradas sin caer,
una
palmera estática a lo lejos
se
mezcla entre las paredes de la casa de enfrente.
El sonido
de una moto rompe la tarde,
un
saludo se escucha lejano,
un
adiós que se asemeja a ese
que no
pudiste darme hace diez años,
un
saludo que te dí y no se si escuchaste.
Tu
sueño estaba lejano,
vaya a
saber desde donde o por donde.
Me
queda el recuerdo de tu piel tibia,
de tus
ojos sin mirada, de un último beso,
de un
último “Te quiero” que quizás escuchaste
antes
de entregarte mansa a tu destino.
Hoy hace
diez años, no parece,
si ayer
todavía me sonreías con tu mueca resignada,
tu
gesto dulce, tus ojos color miel
llenos
de amor y perdón.
¿Será
cierto que hay un cielo?
Si es
cierto, seguramente tu habitación
en Su
casa es llena de calma, de luz,
tus
ojitos se alargarán para mirarme de vez en cuando,
y tus
manos me acariciarán mientras duermo,
me
consolarás mientras el llanto brota anegando mi alma,
seguramente
estás en la cocina mirándome
y te arrimarás
como hacías, para sentir el aroma de la comida.
En este
sillón, que ya no es de color naranja,
estarás
descansando mientras trabajo
y me
acompañarás desde ahí mientras descanso.
Las
flores nuevas o viejas no dicen nada,
porque
sé que no estás ahí,
aunque
siento la necesidad de visitarte
y me
frena el dolor por no tenerte.
Es gris
este día
fue
gris aquel soleado día,
hoy se
hace más negro todavía.
Si es
verdad que hay un cielo después de este cielo,
entonces
podrás oír mi grito que clama
¡Te amo
y te extraño tanto, madre mía!