Don Guillermo sacó su silla a la vereda, Doña Julia ya estaba sentada a la sombra.
El calor era sofocante.
-¡Que grande está el nieto de Dalmira, como se van los años!- arrancó la vieja por decir algo.
-Los años no se van, Doña- contestó él.
-¿Cómo que no? mire como se fueron para nosotros.
-Le digo que no se van- insistió él.
-No, claro, usted todavía tiene veinte ¿Verdad?
-¡Mire que es terca, mujer!-contestó él- si los años se fueran, yo no tendría ochenta.
-¿Qué le agarró a usted, el mal ese en que se pierde la memoria?- dijo la vecina ya molesta.
-¿Porqué, por pensar y discernir que es lo que pasa con los años?- preguntó él.
-Bueno Don, a ver si me dice que piensa, porque voy a creer que está medio… medio.
-Los años no se van-volvió a decir Don Guillermo.
-Explíqueme entonces ¿porqué ya tenemos ochenta?
-Porque los años vienen- intentó explicar el hombre.
-Ah bueno, vamos mejor-se burló ella- ¿cuál es la diferencia en que vienen o se van?
-Cuando cumplí los ochenta, los ochenta no se fueron, si se hubiesen ido todavía tendría setenta y nueve.
-Ay que mareo, hombre.
-Pero es fácil mujer, los años vienen y se quedan, por eso los vamos sumando, si se fueran, los restaríamos.
Doña Julia, se levantó de su silla diciendo
–Voy a tomar una Aspirina, ya vuelvo.
–Voy a tomar una Aspirina, ya vuelvo.
FIN
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