El silbido del viento fuertemente siseaba por las pequeñas hendijas de las ventanas, se podía ver como se sacudían las ramas de los árboles y volaban como si tuviesen alas, papeles y botellas plásticas, vaya uno a saber de donde habían sido arrancadas por la ráfaga del vendaval. El soplido comenzó a perder fuerza y prontamente se largó una fuerte cortina de agua que el cielo venía conteniendo, hasta que no soportó más la pesada carga.
Duró muy poco, solo lo suficiente como para que las calles se llenaran de cordón a cordón del agua que al caer, se mezcló con aceites de automotores, tierra y restos de la contaminación, se veía marrón.
Benjamín que aguantaba muy poco, casi nada el encierro, cuando se fue despejando el cielo, salió al patio seguido de su hermano seis años mayor, Facundo.
Le pareció que sobre el pasto del jardín, algo pequeño y gris intentaba moverse, con su curiosidad a cuestas se arrimó y a los gritos exclamó: – ¡Facu, un pajarito lastimado!-
Buscaron una caja de zapatos, le acomodaron unos trozos de tela para hacerle confortable la recuperación, les desesperaba la idea que no pudiese sobrevivir el pobre gorrión azotado por la tormenta. Así fue, no pudo sobrellevar los fuertes golpes recibidos y el ave se murió.
Facu, le explicó a Benjamín que debían hacer un pocito en el jardín para enterrarlo y el pequeñín que estaba en la época del ¿Por qué? Pidió las explicaciones del caso. Facundo pudo haber dicho que lo iban a enterrar porque si lo dejaban así se pudriría y despediría olor, o pudo dejar entrever que también se lo podría tirar a la basura, también pudo hacerle saber que a todo animal incluyendo a las personas, se les da sepultura, pudo haber dicho muchas cosas que desfilaron por su cabeza de niño de diez años, pero como ya sabía los -¿Por qué?- que le vendrían como metralleta, fue por el lado más sencillo y le contestó que era para que Dios lo viniera a buscar y el pajarito pudiera llegar al cielo.
La intención fue maravillosamente buena, pero, con Benjamín nunca se sabe que esperar…
Al día siguiente estaban todos sentados almorzando, el pequeñín comió apurado y salió al patio, todos pensaron que a jugar.
La abuela, todavía almorzando, mientras miraba televisión, tanteó el lugar de la servilleta para limpiarse los labios, sintió bajo sus manos algo blando, granulado, miró para ver que era, ¡Oh sorpresa! ahí estaba el gorrión desenterrado, lleno de tierra.
-ayyyyyyyy…Como vas a poner esto en la mesa Benjamín- el la miró extrañado, no entendía que le daba tanta repulsión a su abuelita y le contestó: -Dejame abuela, no ves que Dios no lo vino a buscar-
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