Mi momento en el mundo.

miércoles, 26 de junio de 2013

Cuando él se fué...

   Largas piernas eran barreras que me impedían llegar hasta ella, una  enfermera gorda, me dijo
 –Nena, deja descansar a tu madre-
   ¿Cómo puede entender una niña de tres años que su madre no tiene fuerzas para abrazarla?
   En su dormitorio, tendida en la cama estaba rodeada de vecinos a los que yo escuchaba comentar
 –Le aplastó la cabeza…- otro decía –Sí, dicen que si quedaba vivo iba a quedar mal, tal vez loco-
   Entonces me vio y tendió sus manos hacia mí invitándome a acurrucarme a su lado, la gorda quiso sacarme, pero ella dijo –déjenla-
   Los días fueron pasando y mi madre adelgazaba cada vez más, Doña Emilia, otra inmigrante española como mis padres, la cuidaba, le inyectaba las vitaminas para sanarle la depresión y la debilidad, yo, una y otra vez preguntaba por mi papá.
   La respuesta, siempre era la misma –Se fue en un barco a España-
   Esa niña de tres años no entendía bien, si realmente se había ido a España  ¿porqué entre ellos hablaban de su cabeza rota? 
   Entonces,  cada noche comencé a navegar en un barco por un gran océano,  Tenía que encontrar su cabeza, para colocársela y volver con él.
   Mi madre, a medida que pasaron los meses, fué mejorando su salud, ya dispuesta a pelear por las dos en la vida, comenzó a trabajar; pero no recuerdo su rostro sin lágrimas, ni su ropa sin luto. Sus ojos se fueron achicando, sobre una figura siempre oscura.
   En la calle, entre los vecinos, escuché muchas versiones sobre la “desaparición” de mi padre, algunos devenidos en detectives, insinuaban que lo habían atropellado a propósito a causa de su inclinación política de izquierda, en 1957 el país estaba convulsionado políticamente.
   Los niños más fantasiosos, inventaban historias, decían que se había ido a España en avión y se había estrellado en el mar.
   Después de dos años, de escuchar palabras que a mi mente pequeña le costaba entender, supe la verdad, cuando me llevó por primera vez ante una tumba en “La Chacarita” y la foto de él estaba sobre la cruz; él no me había abandonado para ir a España, fue atropellado por un automovilista al cruzar   la General Paz, entonces comprendí que no lo podía rescatar y que tenía que aprender a vivir sin él.
   Aún hoy, no aprendí…

2 comentarios:

  1. Uno no sabe qué es mejor: si decir la verdad o esperar el momento oportuno para decirla. Pero hay que estar en los zapatos de quien pasa por estas situaciones para, aún así, seguir dudando. Lo mejor hubiese sido que la fatalidad siguiese de largo. Debe ser muy tremendo el hueco que queda en el corazón.

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  2. Sí Patri, el hueco es tremendo y la sobreprotección, hace más mal que bien.

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