La
oscuridad de esa noche sin luna, no invitaba a pasarla sola, pero allí
estaba, con todas las luces prendidas
dentro de la casa, sintiendo ruidos inexistentes. Fue apagando una a una las
luces, revisando cada habitación y cerrando las puertas.
Se metió en la cama, se tapó hasta la
cabeza, y quedó intentando escuchar el
roce de una mano sobre los muebles, o el chancleteo de un caminar. Los pies se
le congelaban y el temblor estremecía su
espalda.
Tana odiaba quedarse sola, los fantasmas invadían su mente sin aparecer,
pero, siempre los esperaba.
No
había tormenta, ni rayos, ni truenos, no silbaba el viento contra los postigos,
pero algo oscuro había esa noche, sentía
que aparecería de repente y le absorbería el aliento, algo que haría saltar de
sus órbitas esos ojos que mantenía apretados para no ver.
Apretó el Rosario entre los dedos para darse
coraje, pero no le salían los rezos, era como si mil demonios le impidieran
rezar, eso se sentía mal, muy mal.
Oyó tres golpes en la ventana, él, Paulo
siempre al llegar le avisaba así, esperó quieta, escuchó el girar de la llave, los pasos a la
cocina, los fósforos al encenderla, y siguió esperando.
Lentamente se quitó las sábanas que cubrían
su rostro y abrió los ojos para divisar la luz del comedor, pero, no había luz,
todo estaba oscuro, como si nadie hubiese entrado.
Se levantó, casi sin hacer ruido se calzó
las chinelas y se dirigió hasta el comedor para ver porqué él no prendía la luz,
escuchaba los ruidos de alguien que se preparaba un té, pero ¿a oscuras?
Temblaba, el miedo estaba hincando sus terroríficas garras, estremeciéndose y a
punto de gritar prende la luz en la habitación, vacía, corre y va prendiendo todas las luces, ella
había escuchado su regreso.
Entonces escucha nuevamente golpes en la
ventana del dormitorio y grita con la voz
desencajada.
-¿Quién
es?
La
ronca voz de un hombre le responde –Yo, Tana, el compañero de Paulo, él no
llegó al trabajo, tuvo un accidente-